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lunes, 22 de junio de 2015

HÉCTOR DANIEL PAZ

Mariana

La mañana, apenas tibia. La calle, tumultuosa. Los rostros, extraviados de preocupaciones. Los árboles, altos, quietos. Los edificios, asfixiantes. Y yo, queriendo apagar fuego con fuego, desilusión con fantasía. En esta vida única, para después morir eternamente, sin memoria.

Le hablé al celular.
   -Me dijiste al 900 y no hay.
Ella se rió, su voz sonó dulce.
   -Al 922.
   -Ahora lo veo, ya tocó el timbre.
La habitación, pequeña. La cama doble era baja y las sabanas, no eran coloridas. Me hizo esperar unos minutos y cuando ingresó todo tomo color, forma, aromas. Su expresión hizo que las paredes no existieran.
   -¿Estas bien?, ¿Cómodo?
No le contesté, sólo la abrasé. Ella se entregó. Mis labios fueron a su cuello. Ella rió suavemente. Nos miramos y nos besamos las mejillas. Nuevamente me abrigue a su cuello fresco, perfumado. Esta vez gimió en un hermoso gesto. Luego nos alejamos, sin soltarnos, sólo para mirarnos desde lejos. Ahora la aproximé, nuevamente a mi cuerpo. Desafiante acercó sus pechos a mi figura.
  
Su sonrisa me terminó de comprar. Por sobre su blusa, solo me quedó acariciarlos, primero con una mano, luego los acaricié con  las dos, ella no dejo de soltar mi cintura.
Vestía una blusa color azul y unos pantalones color negro, sus calzados eran sandalias delgadas. Sus cabellos estaban recogidos, largos y cuidados.

Contradictoriamente, ahora estoy más viejo que hace unos minutos y estoy más fuerte, más feliz. Me dejo llevar por el presente, que me rodea como si fuera gelatina, detenida, perenne y adaptable a mí gusto.

Por bajo su blusa vi ingresar su mano, en la parte de su espalda y en pocos segundos sus corpiños cayeron al suelo. Luego se dio vuelta y levantó sus brazos. El dejarme desnudarla era un premio que no esperaba. Comencé, lentamente a subir su blusa y a la altura de sus cabellos se enredaron por un instante. No se dio vuelta rápidamente, por lo que aproveche a acariciar su espalda para luego llevar mis manos a su frente, de piel torneada y suave. Luego las baje a su cintura, y todavía de espalda, seguimos el juego del ensueño, dónde yo trate de adivinar dónde estaba la presilla de su pantalón. Después de desabrocharlo se dio vuelta y me mostró su juventud. Me sacó la camisa y yo comencé a bajar sus prendas, cuidando de sacar sus sandalias. Ella me ayudó a mis nervios. Luego, de mi camisa siguió mi jean y me senté sobre la cama para sacar mis zapatillas.





Ingresamos a la cama mirándonos, sonrientes. Cómplices de algo mágico.

 La vida, nuevamente, me dio más de lo que le pedía y ¡por menos lloré y me revelé! ¿Elegido? Golpeé para que una puerta se abra  y se abrió la de al lado. La miré con dudas, e ingresé a buscar ¡Que!, ¿Revancha? ¿Fortaleza? ¿Confianza? o sólo era el principio de una despedida forzada, aunque pensada.

Me puse de espaladas esperándola. Me acercó un pecho y cuando mi boca se habría me lo retiró. A éste juego lo hizo en varias oportunidades.
   -¡Guacha, no me hagas esperar!, refunfuñé  en voz baja.
Su atrevida apariencia llenaba el ambiente. Luego se quedó quieta y pude saborear su piel, abiertamente.

El tiempo fluyó, ora lentamente, ora rápidamente.
  Mientras que ella, seductora y voluble, cabalgaba, nos dimos espacio para conversar. Hablamos de afinidad.
En un exceso, sacudí  mi cabeza contra la pared.
   -¡Ten cuidado! Me dijo.
¡Como si yo tuviera la culpa! Nos reímos.
   -¿Querés otra posición?
   -Estoy tan cómodo.
   -¿Querés que me ponga en cuatro?

No le contesté y ella se hecho hacia atrás, flexible, elástica y apenas pudorosa,  mostrándome sus senos, tal montañas, en todo su esplendor.
   -¿No te gusta?, dijo escondiendo su rostro. Su voz sonó entre quejosa y avergonzada.

La  inocencia de las personas se muestra máxima cuando la desnudez es absoluta, es compinche, es elixir que tapa una vieja herida que sangra y sangra y los dos sabemos y nada decimos, y los dos sabemos y… nada… decimos,  nada… de nada. Solo nos cuidamos, más con la mirada, que con el cuerpo.

La nueva posición me llevó al éxtasis, por el perfil de su rostro comprendí que ella estaba abstraída a las sensaciones, también.
Ya no había palabras y tampoco había arrebato, solamente cíclica y rítmica cadencia.
 Alguien golpeó la puerta.
   -No, gracias,… ya… va. Dijo balbuceante, después de dejar pasar unos segundos. Apuré la marcha, el reinado se estaba yendo. En el huerto de la intimidad, un aromático chaparrón, surgente y nítido, volcó el alma y todo en un instante.  

Enseguida, al salir, comprendí que había sido una experiencia larga, como pocas. Necesaria e inaplazable.
  
Afuera, nadie sabía que habían puesto anestesia a mi auto-cura, caminé desafiante, confiado, seguro, sin rencores.

La mañana, se mostraba cálida. La calle, apacible. Los rostros, amigables. Los árboles, no tan inalcanzables, se mecían a la brisa. Verdes, vivos. Los edificios, provocadores. Y yo…,  habiendo intentado apagar fuego con fuego.



héctor Daniel Paz
Argentina

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